miércoles, noviembre 01, 2006

Nox Angelis

Una ligera brisa de aire frío me hace estremecer, mientras ajusto el cuello de mi casaca. Otra noche en la ciudad, en medio del ruido y la gente. Prendería un cigarrillo para calentarme pero hace unos minutos me fumé el último, en el último bar que entré. Horas prohibidas que le dicen, no importa. Igual sigo buscándote. Sé que te encontraré. Tal vez en la próxima discoteca, quien sabe…

Ahh, que detestables que son los sábados, sin nada que hacer, especialmente en la noche. Mis amigos no están, hace meses que estoy solo y no tengo nada que hacer. Y ni hablar de la televisión y no tengo ganas de ver una película ni nada. Meh, creo que saldré.

Una ducha rápida, ropa limpia, un viaje en carro y elegir una buena discoteca. Un trago para empezar la noche, y empieza la danza, esa danza de las miradas y acometidas, de las sonrisas y los rechazos, amables o desagradables. Pero la noche avanza y no pasa nada y llenarme el estomago de Pisco Sour y hacerme el tonto nunca ha sido una opción, así que es hora de irse a casa.

- ¿Solo?

Volteo a ver quien me habla. Dios mío, que mujer. Alta, de cabello negro azabache, largo hasta la cintura. Con una figura que parecía esculpida en fino mármol. Vestida con un polo de mangas largas azul, que terminaba justamente por encima de su abdomen y con unos jeans negros a la cadera, tan ajustados que parecían pintados sobre su piel. Y su mirada, dios. Unos ojos azules, con un brillo de malicia que hacía que me perdiera en ellos por un momento. Sus manos, con unas uñas muy bien cuidadas, descansaban sobre su cadera, inclinada hacia mi de manera muy sugerente. Y con una inclinación de su cabeza pregunto de nuevo: ¿Solo?

- Así es.
- ¿Bailas?

Así que así era. Una mujer de pocas palabras. Le dirigí una sonrisa y sin más la seguí a la pista de baile. Canción tras canción estuvimos ahí, dando vueltas por toda la pista. Y ella bailaba con una soltura y una sensualidad que era imposible no detenerse a observarla. Lo sé porque todos los muchachos desviaban su mirada para observarla mejor, con el correspondiente ceño fruncido de sus parejas. Y no dejaban de seguirla con la mirada cuando nos sentamos en una mesa, a seguir ordenando bebidas y a conversar.

Sí, es una mujer de pocas palabras y mucha belleza. Su nombre es Bea, por Beatrix. Un nombre escocés según me dijo. Su risa es contagiosa y la manera en que se desenvuelve es increíble. Sin darme cuenta estoy hablando con ella como si nos conociéramos de tiempo atrás. Y tampoco me he dado cuenta que su mano no suelta la mía. Jeh, es casi como si no quisiera que me escape.

Más baile, más tragos, más conversación a medida que pasan los minutos. Estoy cansado y exhausto, pero extrañamente feliz y alegre. Y Bea parece más llena de energía a cada momento.

- Hola

Que voz. Angelical y extrañamente llena de pasión. Y desconcertante a la vez, porque pertenecía a una muchacha que era el vivo retrato de Bea, pero más joven. La única diferencia notable era su cabello, castaño a diferencia de Bea.

- Hola Ùna. - La voz de Bea estaba llena de alegría
- Veo que ya encontraste a alguien
- Así es
- Y bueno, ¿Qué esperamos?
- Uh huh, no. Está noche no comparto.
- Aww.
- Lo siento, es todo mío.
- Eres mala.
- Lo sé - Y la risa con la que terminó su dialogo con su hermana me inquieta de alguna manera.

- Vamos - dijo, tirando de mi mano.
- ¿A dónde?
- A tu casa por supuesto. ¿o prefieres un hotel?

Ya en el taxi, camino a mi casa, y luego que mis neuronas decidieran volver a funcionar, pude al fin articular una pregunta.

- ¿A… a qué se refería tu hermana con compartir?
Su risa fue desconcertante - Si no lo sabes eres un tontito
Mi cara de estúpido le hizo añadir - Mi hermana y yo a veces compartimos nuestras… citas - terminó con otra risa.
- Pero tu hermana es menor de edad.
Otra vez se rie. - Créeme, es mucho mayor que lo que aparenta.

Llegamos a mi casa y no habíamos terminado de entrar y ella ya estaba sacándome la camisa y desabrochándome los pantalones. Nos besamos y su boca estaba fría y su aliento aún más. Pero la piel de su rostro y su cuello quemaba al tacto y los ronroneos que hacía mientras jugaba con su oreja me volvían loco.

Pronto llegamos a mi cama y allí, ella encima de mi, nos besamos, nos abrazamos y yo acariciaba cada centímetro de su pecho desnudo. Su mirada coqueta y hambrienta encendía mi lujuria y pronto sus ronroneos cambiaron a jadeos cuando mi boca exhalaba mi aliento sobre sus pezones y su respiración se entrecortó cuando la tomé como una niño hambriento. Una mano, delicada pero fuerte no soltaba mi brazo, mientras la otra jugaba con mi cabello mientras yo jugaba con su pecho. Sin siquiera esperarlo, me apartó con un leve empujón y empezó a besar mi pecho lentamente, descendiendo hacia a mi abdomen e incluso más al sur. Jugando me tomó entre sus labios y sus ojos azules, profundos, nunca abandonaron los míos. Ahora era yo el que jadeaba y gruñía, por la manera experta en que jugaba conmigo. Pero cruel, que cruel al dejarme así y besarme en sentido inverso, buscando esta vez mi boca, mientras su mano me toma y se sienta sobre mi. Pero dos pueden jugar este juego y antes que pueda lograrlo ahora soy yo quien la tumba sobre la cama. Por un momento se molesta, pero cuando mi rostro se pierde entre sus piernas y mis manos sujetan sus caderas, su rostro cambia de expresión y sus manos me cogen por el cabello pero me deja hacer.

Sus piernas me aprietan, sus caderas se mueven con vida propia mientras su voz me reclama que no me detenga y cuando ya no puede más, me jala hacia ella y me besa con unas ganas que me hace daño en los labios. Sus ojos siguen siendo azules pero ahora hay una llama en ellos que no se extinguirá pronto. Nos movemos y quedo debajo de ella, sus piernas rodean mi cadera, sus manos se apoyan en mi pecho y somos uno al fin.


- Eres un caballero ¿lo sabias?
- ¿Ah si?
- No muchos hombres les gusta hacer lo que me has hecho
- Pues no saben lo que se pierden.
Por toda respuesta se ríe coquetamente

Nuestros movimientos son más frenéticos, sus jadeos son más profundos y no puedo contener mis gruñidos.

- Casi siento pena por lo que voy a hacer. Casi
- ¿Qué?

Pero no obtengo respuesta. Solo me besa. Mientras sus caderas suben y bajan. Pero el aliento se me congela, un frío aterrador atenaza mi corazón y siento como si arrancaran una parte de mi, de mi propio ser. Y cuando siento su lengua en mi boca, probando aquello que me ha robado, mientras lo absorbe con fruición, siento como explota una nube roja de placer en mí y como se mezcla con el frío y la desazón y es un sentimiento extraño, horrible y excitante a la vez que estoy seguro nadie lo ha experimentado.

Y antes que mis ojos se cierren, su sonrisa de satisfacción y sus ojos rojos son lo último que veo.

- Gracias por todo muchacho…

Arrojo la tercera caja de cigarrillos vacía en uno de los basureros del Malecón, mientras arreglo una vez más el cuello de mi casaca. Es otra noche fría e infructuosa. Hace unos meses las cosas parecían tener sentido. Ahora no. Ya nada importa en verdad. Solo quiero tener ese sentimiento en mí. No sé. Mis amigos dicen que no soy el mismo, que parece que algo me faltara. Es verdad, pues me lo robaron. Una risa me saca de mi estado reflexivo.

- Mira quien está aquí Bea.
- ¿Quién Ùna?

Estan sentadas al borde de la baranda, abrazadas. El viento mueve sus cabellos y sus ojos rojos me llaman.

- ¿Qué es lo que quieres muchacho? - me pregunta Ùna
- ¿No es obvio? - responde Bea por mí.
- Sí. Además no es de buena educación dejar las cosas a medias. - es mi respuesta.

Esa risa, esa risa, esa bella risa.

- ¿Estás listo?
- Sí
- ¿Sabes? Me caes bien, tal vez… tal vez…
- Pero entonces no podríamos… - Sé lo que me quiere proponer
- ¿Quién dice que no? Después de todo, no lo hacemos con fines reproductivos - ríe Ùna
- Entonces sí. Sí quiero ser… uno de ustedes.

Su sonrisa y sus ojos es lo único que necesito.

viernes, octubre 06, 2006

Arlequin

Me recuesto en el asiento de mi auto, con las ventanas abiertas, mientras espero. La lucha diaria entre el calor y el frío me tienen hastiado, ya que el invierno no quiere irse y la primavera no se decide en llegar. La música llena el interior mientras entra una leve brisa. El reloj del tablero señala las 2:13 P.M. y cuando levanto la vista la veo doblando la esquina, buscándome. La veo buscarme y no hago ademán de delatar donde estoy. Cuando al fin me ve me sonríe, me saluda con la mano y corre hacia el carro. ¿Cómo pueden las mujeres correr con tacos y no morir en el intento? Nunca lo entenderé en verdad. Pero ella lo hace con tanta gracia y finura que parece que hubiera nacido con los tacos puestos.

Abre la puerta de mi carro y se sienta a mi lado. Ahí esta ella, con su traje sastre sobrio, carmín, con su pequeño bolso y su bolsa de Ripley. Así son siempre nuestros encuentros, ella sale de trabajar, compra alguna tontería en Ripley y luego yo la recojo.

- ¡Miguel! Te he extrañado mucho - me dice mientras me saluda con un beso.
- Yo también Vero
- ¿Cómo has estado?
- Ya sabes, ahí en la chamba. - Me sonríe coqueta pero su gesto cambia al verme la cara.
- ¿Qué pasa? Te veo triste.
- No, no es nada. - Disimulo mientras sonrío, con verdadero afecto.
- ¿Seguro? No me mientas ah!

Me río suavemente mientras arranco el motor, el cual no se siente, solo un ligero ronroneo. Solo hay algo que amo más que mi carro y está sentado junto a mí. Aunque suene machista, lo sé.

- ¿Quieres ir a comer algo?
- No
- ¿A tomar algo?
- No
- ¿Entonces?
- Quiero ir a tu casa ahora. - Ni siquiera se sonroja o se inmuta, solo me sonríe y me saca la lengua juguetonamente.
-Okay, okay. - Respondo mientras entra el primer cambio. Me besa rápidamente en la mejilla y nos ponemos en camino.

No termino de arrojar mis llaves y mi billetera en la mesa de centro de mi sala y Vero ya está subiendo a mi cuarto mientras se saca el saco. No hay nada que hacer, cuando se le mete una idea nada ni nadie la hará cambiar de parecer. Subo detrás de ella meneando la cabeza.

- Deberías limpiar más - me reprocha.
- ¿Por qué? Si todo está limpio. - Y lo está en verdad.
- O al menos ordenar más - replica mientras señala la mesa de mi cuarto-estudio, donde descansan mis planos, mi casco y demás.

Ya Vero está ordenando mis papeles.
- Oye deja ahí. - Le digo mientras la abrazo por detrás.
- No
- Deja
- No
- No me hagas ser malo.
- ¿Ah sí?
- Sí
- No
La beso en el cuello mientras ella sigue ordenando. Solo cuando la muerdo con suavidad suelta los papeles y se deja hacer, mientras desabotonó su blusa. Mi otra mano se desliza por su cuerpo, por su cintura y caderas, buscando el botón de su falda.

Lentamente la llevo a mi cama. Sus manos están sobre las mías, mientras toco suavemente su pecho, jugando con sus senos. Ella voltea su cabeza, buscando mis labios con los suyos. Nos besamos, yo con ternura y ella con insistencia. Pronto se suelta de mi abrazo y se voltea y me besa otra vez, con mayor insistencia, con sus manos en mi cabello, con sus ojos cerrados y su cuerpo pegado al mío. El tiempo parece detenerse cuando estamos juntos y en verdad quisiera que estos momentos no acabaran. Verla a ella así, de esta manera, está empezando a molestarme y, enfrentémoslo, está rompiéndome el alma y el corazón. Se me escapa un suspiro.

- ¿Qué pasa?
- Nada, nada. Solo estoy un poco cansado
- Me hubieras dicho entonces. Hubiéramos quedado para otro día
- Siempre tengo tiempo para ti.

Mataría por esa sonrisa. En serio.

- Pues entonces mañana te arrastras al trabajo.
- ¿Ah si?
- Te voy a dejar muerto. - Me replica mientras me empuja a la cama y se sienta en mi pecho. Ya vas a ver añade mientras me saca el polo. Siento la suavidad de sus piernas en mi pecho. Mientras me acaricia la cara y juega con mi cabello. Vamos a ver quien mata a quien. Con un poco de esfuerzo me muevo debajo de ella, hasta que mi rostro se pierde entre sus piernas

- ¡No se vale, no se vale, no…!

Intenta levantarse pero no la dejo, mientras la sujeto por la cintura. Me jala el cabello, intenta zafarse, pero pronto sus reclamos cambian por gemidos y ahogos. Sus caderas se mueven con ansias, y ahora me pide que no pare. Y por un momento me detengo y me mira coqueta, con un dedo en la boca, haciendo puchero y sus ojos me ahogan, me abruman. Su otra mano se pierde tras su espalda y juega conmigo, y una ligera presión de sus dedos es el simple recordatorio que debo continuar.

Es una lucha, un juego. Sus piernas rodeando mi cintura, su boca y labios perdidos entre los míos, el frenético ritmo de pecho con cada gemido, con cada aliento. Y sus ojos, sus malditos y benditos ojos, que devoran mi alma, me consumen.

Nada es más gratificante que su grito de placer y por un momento deja de ser mujer y se convierte en algo más. Y solo entonces, cuando mi… diosa, sí, mi diosa se está así, puedo…

La tarde es fría pero no la siento al tener a Vero a mi lado, acurrada entre mis brazos. Solo siento su respiración sobre mi pecho y la dulzura de sus formas contra mi piel. Y pronto todo eso se desvanece cuando se levanta apurada y entra a mi baño corriendo a tomar una ducha.

- ¡No me he dado cuenta de la hora! Se está haciendo tarde.
- Lo sé
- ¿No te quieres bañan conmigo? - pregunta, coqueta.
- Vas a llegar tarde.

Hace puchero una vez más mientras cierra la puerta. Las mujeres son una maldición y una bendición sobre la tierra. El sonido del teléfono me saca de mi ensoñación.

- ¿Aló?
- Hola
- Hola Daniel.
- ¿Esta todavía ahí?
- Sí. Se está bañando.
- OK. No debe tardar entonces en llegar.
- Así es.
- ¿Tuvo… tuvo un buen tiempo?
- ¿Por qué siempre preguntas lo mismo? Sabes que no te lo voy a decir.
- Bueno, no puedo dejar de preguntar. Ya sabes, me preocupo como
- Sí. Como su esposo que eres.
- Ya sabes como es.
- Sí, lo sé.

Cuelgo el teléfono. Odio que tu corazón no me pertenezca.

lunes, setiembre 18, 2006

Algo Diferente

La curiosidad mató al gato. Cuantas veces escuché a mi abuela decir esa corta oración. Sin embargo, aquí estoy, porque la curiosidad me consume por dentro y tengo la necesidad de saber, al menos una vez, lo que se siente.

Todo mi cuerpo está temblando y no lo puedo controlar. Es la misma sensación que tienes cuando haces algo por primera vez, algo malo o prohibido y la mezcla de miedo y excitación te sobrecogen. E Iván está sentado delante mío, con su media sonrisa, tan tranquilo y calmado que me incomoda.

Cuando me lo pidió, no creí que fuera en serio, pensé que estaba bromeando. Nunca había demostrado el más mínimo interés y la verdad es que yo pensaba que se asustaría aquella vez que surgió en una de nuestras conversaciones. Y ahora está aquí, de repente, y me pide algo que nunca pensé que fuera a pedirme. Y no puedo contener la sonrisa que lucha por aparecer en mi rostro ni mi alegría, tan parecida a la de un niño en una juguetería. Ahh, si las miradas mataran la suya ya me habría perforado un agujero en el pecho.

Odio cuando tiene esa sonrisa de satisfacción. Y odio que mi cuerpo no me responda y siga temblando. Y de repente escucho su voz, firme y varonil diciéndome:

- Veamos. Párate y quítate la ropa

Y sus palabras me llenan la cabeza y siento que mis mejillas me queman, no sé por qué. Tantas veces que hemos estado aquí en su habitación juntos, y siento que fuera mi primera vez. Y aquí estoy, sentada en su cama y él sentado detrás de su escritorio, viéndome y aún sonriendo. Y no dice nada, y me mira fijamente y sigue sonriendo y no queda más que hacer que… obedecerle.

- Tsk, tsk. No, no, no. Por favor Vanesa, lo puedes hacer mejor. No te estás desvistiendo para tomar una ducha. Te estás desvistiendo para mí.

¿Por qué me queman tanto las mejillas?

Tengo que hacer un esfuerzo por controlarme y no lanzar un suspiro de sorpresa, no sería apropiado. Pero, por Dios, nunca la he visto así, tan sensual, tan atrevida. Vaya, ha convertido el acto de desnudarse en un espectáculo visual que está ocasionando que me hierva la sangre. Pero se supone que el que está en control aquí soy yo y me muerdo la lengua antes de decir algo.

¿Eres de hielo o qué? No puedo creer que no digas nada. Y por toda respuesta me preguntas:

- ¿Lista?

Y una vez más me coges de sorpresa. No estoy lista, pero no hay marcha atrás. Asiento levemente con la cabeza, ya que las palabras no quieren salir de mi boca.

- ¿Nerviosa?

Niego con la cabeza, pero es una mentira y lo sabes. Me abrazas por el talle mientras me atraes hacia ti y me miras fijamente a los ojos. Estás todavía vestido y sin embargo tu contacto me quema y a la vez me calma los nervios.

- Como te dije antes, vamos a mantenerlo simple. Nada complicado, para que veas como es.

Asiento otra vez. No puedo quitar la mirada de tus ojos. Tus ojos, que tantas veces he visto, ahora se ven diferentes, hay algo en ellos que me sorprende, que me atrae

- OK, dame tus manos.

Tomas mis manos entre las tuyas, con gentileza y no dejo de mirar tus manos, grandes, fuertes y gentiles a la vez. Y cuando tu frente toca la mía y subo la mirada para verte, me besas con dulzura en los labios. Cuando nos separamos, tu sonrisa es otra, es juguetona y jovial, es tu sonrisa de felicidad y sonrío al verte así. Y de pronto, el roce de las cuerdas en mis muñecas me saca de mi ensoñación, mientras las rodeas una y otra vez, con firmeza pero sin apretar, con una habilidad que no conocía en ti. Y pronto el nudo queda hecho y noto que lo colocas lejos de mis dedos, fuera de mi alcance y las mariposas en mi estomago vuelven a volar alborotadas.

Estás como atontada mientras hago que te eches en la cama. Tu respiración está más rápida y cada vello de tus brazos está erizado y siento como tiemblas cuando mis dedos rozan tus mejillas y acaricio tu rostro. Bueno ¿qué sigue?

- ¿Es nylon verdad? - pregunto mientras envuelves mis tobillos de la misma manera que hiciste con mis muñecas.

- Sí. - Lo suficientemente grueso para no lastimarte y lo suficientemente delgado para poder “maniobrar”. La sonrisa que se dibuja en mi cara es de campeonato. - ¿Cómo estás, cómo te sientes?

- No sé. Es… es extraño no poder moverme con libertad. Es… raro.

- Bueno, esa es la idea. ¿Está bien? ¿No están muy ajustadas las cuerdas?

- No, no, para nada, es solo que – no puedo terminar porque me besas, con firmeza, mientras tus manos acarician mis brazos y los costados de mi torso. Pronto tu mano juega con mi pecho y tu boca besa mi cuello. Quiero sacarte tu corbata y tu camisa pero me detienes.

- No, no, no. Quietecita eh.

Y pones mis manos atadas por sobre mi cabeza.

- No las muevas de ahí.

Tu mirada es firme, fuerte y me ahogo en tus ojos. No creo poder atreverme a mover mis manos. Estoy a tu merced mientras haces lo que quieres conmigo. Me acaricias, me besas y te dejo hacer. Y tu mano pronto se insinúa entre mis piernas, acariciándome con dulzura y quiero separar mis piernas y no puedo. Es frustrante y excitante a la vez.

Vanesa me vuelve loco, siempre es así. Es tan difícil tratar de mantenerme calmado y en control cuando una mujer como ella está entre tus brazos. Sentir su piel que quema en mis manos, sentir su respiración que se congela en su garganta cada vez que la besó allí, sentir la turgencia de su pecho en mis dedos, todo ello me hace estremecer.

- No pares, no pares

- No tengo intención de hacerlo.

No puedo más. Me conoce tan bien, sabe donde tocar y como. No puedo más, me vuelvo loca, loca.

Ojalá vendieran oídos de repuesto. Sus gritos de placer son mi recompensa, pero ¡demonios!

Lo volví hacer. No puedo controlarme. No puedo controlar la risa cuando veo su cara, reprendiéndome juguetonamente. Y tu cara de sorpresa cuando digo: Más.

- ¿Más? Quieres más.

- Sí.

- ¿Segura?

- Si.

- Bueno.

Te sacas la corbata y cuando la vas a dejar sobre tu mesa de noche, me miras con esa mirada tuya, entre malévola y maquiavélica.

- ¿Qué? ¡No, no eso no! ¡Esto no lo acordamos! - ¿Por qué no lo detengo? Mis manos están atadas pero no las muevo, lo dejo hacer, mientras me cubre los ojos con su corbata y la ata detrás de mi cabeza.

- Si no te gusta, ya sabes que decir.

Lo escucho hablar mientras desata mis tobillos, solo para volver a atarlos contra mis muslos, de la misma manera que antes. Firme y sin apretar.

- Y ahora no puedes hacer nada. - Sé que me escuchas pero no sabes lo que pueda pasar. Y cuando mis dedos presionan suavemente tus pezones te veo saltar de la sorpresa.

Es extraño no poder ver. No saber que va a pasar. Cada vez que me toca es como si electricidad pasará de él a mí. Siento su aliento en mi estómago, en mi pubis. La expectativa me mata. Y el primer roce de su lengua me hace chillar. Quiero rodearte con mis piernas y no puedo, quiero coger tu cabeza y no muevo mis manos porque te estaría desobedeciendo. No puedo creerlo. Que sensación tan intoxicante. No tener control, no tener libertad, aunque sea por un momento, solo por un momento, estar a merced de otro. No puedo creerlo. Tomo decisiones todo el día, ordenó a mucha gente todo el día y ahora estoy a merced de otro, a sus caprichos y demandas, salvo por… Oh Dios.

Te tomo de las caderas para hacerte mía una vez más. Tus rodillas quieren apretarme y no pueden. Tu boca busca la mía y me besas con pasión. Tus manos siguen sobre tu cabeza y sonrió al ver que me haces caso, que me obedeces, porque así lo has querido. Tu cadera se une a la cadencia de la mía mientras muerdo tu cuello. Tu grito de placer es suficiente para mí. Tu placer es mi placer y pronto se mezclan en un torbellino de emociones.

Intento recuperar el aliento, mientras Iván me coloca de costado y me abraza por detrás. Es demasiado, todas estas sensaciones. Es demasiado. - No, no, quiero dormir así. - Maniatada y junto a ti.

- Ni hablar, no estás acostumbrada, no vas a poder dormir nada. - Sigo desatándola.

- Está bien… mi Señor. - Me miras divertido, con una ceja arqueada.

- ¿Mi señor?

- Sip. Pero no te hagas la idea.

- Vaya, que corto fue este reinado.

- Está bien… mi señor.

- Parece que hay una señorita que necesita una buena nalgada. - Por toda respuesta consigo un almohadazo.

jueves, agosto 24, 2006

Bitch

- ¡Hola Erika!
- Hola Luis.
- ¿Pasa algo?
- No, nada - El suspiro que siguió a su respuesta era una clara indicación que sí pasaba algo. Pero si ella no quiere contarme, no lo hará hasta que cambie de opinión, así que no insistí.
- ¿Qué vamos a ver? - me preguntó.
- "Vecinos Invasores" está muy buena.
- ¿No la has visto ya?
- Si
- ¿Cuántas?
- Dos
- Dos
- Si
- Eres un exagerado
- Es que es muy buena. - Iba a insistir en que era mejor verla en inglés pero su cara me decía que no estaba de ganas para ir al cine.
- Pero si quieres, venimos otro día.
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Te noto cansada. Podemos venir otro día. Además así puedes ir a ver a…
Su expresión cambió de pronto. Parecía molesta y luego decidida. - No. Vamos a entrar. ¿Vamos después a otro lado? A comer, a tomar algo, no sé.
- Ya. ¿Quieres pasarle la voz a…?
- No. - Nuevamente me cortó
- Vamos entonces. - Uh Oh

25 minutos antes.

- Ya te dije que hoy no Joanna. Quede con Lucho para ir al cine - Era la tercera vez que se lo repetía.
- Llámalo entonces y nos vamos por ahí.
- No puedo hacer eso. Sería la cuarta vez que lo planto. Uno no hace eso con los amigos.
- ¿Así que prefieres irte con tu amiguito?
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Nada, nada. - me respondió mientras me daba la espalda. - Solo quiero salir contigo, nada más. - Añadió aún de espaldas.
- Lo sé, pero entiende.
- Hace días que no nos vemos.
- Joanna, sabes que me fui a ver a mis padres. Y tú no quisiste venir.
- Sí, sí.
- ¿Por qué no vienes al cine con nosotros?
- No quisiera interrumpir la diversión con tu amiguito. - Había un tono de amargura en su voz, en verdad, pero no me importo, ya había tenido suficiente con sus insinuaciones. ¿Qué tenía de malo que Luis y yo hayamos ido a Trujillo durante unas semanas después de acabado el ciclo? Además ella no quiso venir. Y le rogué que viniera.
- OK - fue mi respuesta, seca y directa y entré a mi cuarto y cerré la puerta.

A veces no entiendo a Joanna. A veces es cariñosa, amable y otras es celosa y posesiva hasta más no poder. Y no entiendo porque cela a Lucho. A veces se lleva de las mil maravillas con él y otras pareciera que quisiera meterle un puñete. No entiendo.

Encima de mi cama estaba mi ropa, planchada y acomodada. Lucho. Luchito siempre ha estado ahí para mí. Es mi mejor amigo. Siempre estuvo a mi lado y es el único que sabe que me gustan exclusivamente las mujeres. Nos hemos peleado, nos hemos reconciliado pero siempre estuvo a mi lado.

Guardé mi ropa mientras seguía pensando en que hacer con Joanna y sus celos tontos. La escuchaba ahí afuera en la sala, viendo televisión. De momento no podía hacer nada. Íbamos a terminar discutiendo y nunca lo hemos hecho. Pequeñas cositas, rencillas, pero nada más, nada serio. No quiero pelearme con ella nunca.

Me saque mi polo y mi brassiere y empecé a buscar que ponerme cuando Joanna entró hecha una tromba. Traté de hacerme la desentendida mientras seguía buscando, cuando me abrazó por detrás y empezó a besarme la nuca.

- Joanna no, voy a llegar tarde.
- No importa
- Sí importa, déjame.

Por toda respuesta empezó a acariciarme el pecho, jugando con mis senos como solo ella sabe hacerlo. No, no, me va a volver loca.

- Joanna, no.

Sus dedos rozaban levemente mis pezones mientras me sujetaba por la cintura con la otra mano. Me mordía con cariño el cuello y la oreja y cada vez mientras sentía que mi reticencia se disolvía con cada minuto que pasaba - No vayas - me susurró.
- No puedo.
- No vayas - insistió.
- Tengo que ir. Lo prometí.

Su mano izquierda descendía lentamente por mi abdomen y el calor que emanaba me quemaba como una fiebre. Sabía hacia donde se dirigía y la cogí por la muñeca. Si esto continuaba así me iba a volver loca.
- Suelta, suelta - me amonestó con dulzura mientras mordía el lóbulo de mi oreja.
- No por favor, ya no más. Para por favor. - Las piernas me empezaban a flaquear y cuando mordió con más fuerza la solté. Su mano se deslizó debajo de mis shorts mientras la otra se posaba ahora sobre mi pecho, masajeando con firmeza.
- Abre tus piernas - me ordenó
- No, no, por favor - ya no podía pensar con claridad
- Ábrelas.
- No

Metió su rodilla entre mis piernas y me obligó a abrirlas. Sus dedos no perdieron tiempo y empezaron a acariciar mi pubis y presionarlo ligeramente
- Vaya, ya estás lista - me dijo con malicia, haciéndome que me sonrojé sin saber por qué
No espero a que respondiera y sus largos y finos dedos se perdieron dentro de mí. Dios, porque me afecta tanto esta loca. Se me escapó un grito cuando presionó con firmeza entre sus dedos mi pezón, el mismo que segundos antes estaba acariciando juguetonamente. Esa mezcla de placer y dolor me excitó aún más y mis caderas empezaron a bailar al ritmo de sus dedos.

- No vayas - me repitió mientras jugaba conmigo aún más rápido.
- No puedo quedarme - No sé si me entendido entre mis jadeos y sollozos.
- ¿Vas a ir?
- Sí
- Ok.

Me soltó.

- ¿Qué!? ¿Qué haces!?
- Yo tampoco me puedo quedar. - Dijo con amargura mientras se dirigía a la puerta
- ¡Pe-pero no puedes… no puedes dejarme así!
- No quiero que llegues tarde a tu cita con tu amiguito.
- ¡Joanna!
- Si quieres me llamas - fue lo último que dijo mientras cerraba la puerta del departamento.
- ¡Joanna!

Ahora

Dios, no puedo disfrutar la película. Y sé que Luis lo sabe porque no me ha dicho nada desde que no me reí la primera vez con el resto de la gente en el cine. Lo siento Luis, en verdad.
Dios, no tenía ningún derecho a hacer eso.

jueves, abril 06, 2006

Así

Así es como quiero estar siempre. A tu lado y abrazado a ti, sintiendo como respiras, como tu pecho se mueve levemente contra el mío siguiendo el ritmo calmado de tu corazón.

Así es como siempre quiero estar, a tu lado, echados en la cama sin nada que decir o hacer, viendo televisión en calma, riéndonos de lo que vemos, comentando sobre la película, haciendo conversación tonta y ligera, pero siempre a tu lado, sintiéndote cerca, sintiendo como la piel de mi brazo quema cuando me rozas lentamente con tus dedos.

Así es como quiero estar, escuchando tu leve ronquido porque te has dormido de cansada, porque has tenido un día muy duro. Y jugar con tu pelo mientras duermes, con el perfume de tu shampoo llenándome el olfato, con ese dulce olor a mango.

Así es como quiero estar contigo, viendo tus ojos cuando te despiertas, sonriéndome coquetamente como sabes hacerlo, con esa mirada entre traviesa, malcriada, dominante y sumisa. Entre niña y mujer. Y que tu mano acaricie mi cara, subiendo hacia mi cabello, despeinándome como solo a ti te gusta. Y entonces me besas y siento la ternura de tus labios y la humedad de tu lengua mientras invade mi boca. Siempre me besas con los ojos cerrados y me encanta ver esa expresión de ensoñación que pones.

Tanta ternura y afecto se pierde por un momento mientras luchamos por desnudar al otro. Tus manos me sacan la camisa arrancándome casi los botones, mientras me peleo por comprender (tal vez un día) como funciona el broche de tu brassiere. Te ríes con ternura mientras me enseñas como es. Creo que nunca lo entenderé y al ver mi cara de desasosiego me besas en la nariz y me sonríes y todo vuelve a estar bien. Con lentitud te quitas tu sostén y me muestras tu pecho. Tampoco entenderé porque te sonrojas cuando te veo así, pero me dices que mi mirada te arrocha y que a la vez te pone feliz.

Te beso una vez más, sintiendo esta vez tu pecho desnudo contra el mío, sintiendo como mis besos te afectan. Bajo hacia tu cuello besándolo lentamente y cuando voy a morderte, no me dejas. Luchamos, yo por morderte y tú porque no lo haga y terminamos riéndonos y besándonos. Pero dejas de reírte cuando mis manos tocan tus senos, y tu respiración se entrecorta mientras me sonríes de esa manera que me vuelve loco.

Así me gusta verte, cuando yaces en nuestra cama, con tu cabello suelto, con una mano sobre tu pecho y la otra despeinándome. Y cuando sostienes el aliento cuando te quito tus bragas, siempre sin dejar de mirarme, poniéndote coqueta cuando te veo totalmente desnuda, siento que el pecho me va a explotar, ya que mi corazón aumenta su ritmo ante la perspectiva de poseerte una vez más.

Los gemidos que das, esos pequeños sollozos de placer que das cuando mi rostro se pierde entre tus piernas no hacen sino desear nunca separarme de ti. Me intoxica tu voz mientras juego contigo, mientras tus muslos me aprietan, mientras un pie tuyo me frota la espalda. Y cuando explotas con un grito de placer mi alma se llena de ti.

Tus ojos castaños nunca dejan de mirarme mientras me tomas entre tus labios. Me vuelves loco, pierdo el habla y la razón mientras juegas conmigo. Me muerdes jugando y esa sensación extraña asusta y excita a la vez. No soy de gemir o sollozar, pero tú me vuelves un ser balbuceante cuando me tomas así.

Y así vuelves a yacer en la cama, mientras me atraes hacia ti, mientras nuestros cuerpos se acomodan hasta que al final te hago mía una vez más. Nadie me ha hecho sentir como tú jamás, y pienso que aquello que a veces, solo a veces, encuentras a tu mitad perfecta, es cierto. Nuestra cadencia es lenta, casi dolorosa, porque nos gusta sentir cada parte de nuestros cuerpos contra el otro. Me susurras, me dices cosas que harían sonrojar a una puta, pero que te excitan como loca y me pides que te las diga también. Y cuando esas palabras dejan mis labios te vuelves una fiera, una bestia primal y aceleras nuestro juego. Me abrazas con fuerza y tus uñas rompen la piel de mi espalda y mis brazos. Ese pequeño rayo de dolor que cruza mi cabeza, mezclado con tus gemidos, y tus besos desesperados me llevan al límite. No puedo más. Pero tú todavía quieres más y no puedo negártelo, seria egoísta. Tu grito de placer es música para mi, y siento una pequeña gota húmeda recorrer mi espalda, casi seguro estoy que es una gota de sangre. Pero es un precio justo por verte gozar y permitirme el placer de tocarte.

Así me gusta estar. Yaciendo a tu lado, sintiendo tu olor a castaña y pecanas, sintiendo el calor de tu cuerpo recostado contra el mío. Nos besamos en silencio, sabiendo que nos queremos el uno al otro. Te rodeo entre mis brazos y siento el gran milagro de tenerte y que estés aquí, conmigo.

~ con agradecimiento a L.B. y D.S.~

viernes, marzo 31, 2006

Nox Servant

“Sandra, ya nos vamos” me gritó al oído Daniela, pero sus palabras casi se perdieron con el ruido de la música de la disco.
“¿Tan temprano? Pero recién se está armando la cosa” Fue mi respuesta, y era mentira, porque la “cosa” ya llevaba tiempo que bullía con la cantidad de gente en el local.
“No me siento bien. Lucho me va a llevar a mi casa. ¿Vienes?”
No quería irme, la estaba pasando muy bien. “Yo me quedo”
“¿Te quedas?”
“Sí, después me voy”
“Pero…”
“No te preocupes mamá” le dije con sarcasmo. Daniela se sonrojó un poco
“Bueno, nos vemos entonces. Cuídate”

No fue una buena idea quedarme. No podía creer la cantidad de chicos que se te lanzan encima. Claro que me intención era encontrar un vacilón, un “choque y fuga” pero todos estos chicos, bueno, mejor lo dejo ahí. Ya me había cansado de bailar sola, de bailar con algunos chicos inventando números de celular y nombres y me estaba aburriendo. Así que decidí irme a la barra, tomarme un trago e irme a otra disco.

Deje la copa vacía sobre la barra y me disponía a irme cuando lo vi. Alto, delgado, pálido como la Luna. Estaba vestido con un jean negro raído, muy raído y sus botas también negras estaban relucientes. Llevaba un polo de mangas largas azul y el cabello largo y desalineado. Y era un cuero, a pesar de ser tan pálido. Parecía además que nunca hubiera tomado sol. Sus ojos voltearon a verme y por un momento creo que me perdí en ellos, porque lo siguiente que recuerdo es que estaba delante de él. Seguía mirándome y no decía nada. “¿Quieres bailar?” atiné a decir. Las comisuras de sus labios se torcieron en una sonrisa que me hizo estremecer. Me llevó a la pista y bailamos toda la noche. Me moría por hacerle preguntas, por saber de él, pero no podía, solo quería bailar y dejarme llevar por él. Nunca me había sentido así y era intoxicante.

Cuando acabó la última canción que habíamos estado bailando lo tome de la mano y lo arrastre hacia fuera de la disco. Me miró sorprendido y no pude reprimir una sonrisa.

“¿Cómo te llamas? No sé tu nombre”
No contestó, solo me dio otra vez esa sonrisa.
“Ya pues, dime” Le reproché, pero no estaba molesta, algo no me dejaba molestarme con él.
“¿Son tan importantes los nombres?”
“Pues sí, supongo que sí”
“¿Por qué?”
Solo lo miré, sin saber que responder. Sus ojos me miraban fijamente. Las piernas me flaqueaban.
“Hace tanto tiempo…” me pareció escuchar. “Esteban”
“Sandra”
Cuando le dije mi nombre me miró profundamente. “Sí, te le pareces”
“¿Perdón?”

No me respondió ni tuve oportunidad de preguntarle de nuevo. Sus labios me besaban con pasión, allí en la calle, con la gente mirando. No me puede resistir. No quería. Solo me importaba besarlo, aunque sus labios estuvieran fríos.

No recuerdo el viaje en taxi, no recuerdo cuando llegamos a su departamento. Todo es muy vago, porque lo único que hice fue mirarlo y recostarme contra él. Fue como si me despertara cuando estábamos ante su cama. Su rostro se alejaba del mío, así que debía de haberme besado. No lo recuerdo, pero sentía el frío de sus labios en los míos. Pero ahí estaba él, delante de mí con su sonrisa extraña, casi… no sé.

Sus manos me desnudaron con una facilidad y me besó el cuello, para luego descender hasta mis pechos. Dios, no podía ser. No podía ser verdad la manera en que me afectaba. Jugaba con mis pezones como un niño travieso, hambriento. No me tocaba en ninguna otra parte, solo en mis pechos. Cuando me mordió levemente creí morir del placer. Maldito sea, pero me había sacado la lotería con este “choque y fuga”

Me tumbó en la cama. Lo besé como una loca, como poseída. No hubo necesidad que hiciera más, ya estaba demasiado excitaba. Me poseyó con facilidad y mis piernas lo apretaban, mis pies se cruzaban detrás de su espalda mientras sus manos buscaban las mías y las llevaban sobre mi cabeza. Por Dios, que no sea un loco de esos, me dije, pero en verdad no me hubiera importado, podría haber hecho lo que quisiera y no me hubiera importado. No podía más, no podía aguantar más, los gemidos no querían salir más de mi garganta. Estaba fuera de mí y no pude resistirlo más. Con un último gritito me hundí en un mar de placer. Y entonces fue cuando sucedió. El cabrón me quería marcar. Me mordió el cuello justo cuando llegaba al límite. Esa mezcla de placer y dolor fue demasiado. Con un último grito me desmayé.

Cuando me desperté Esteban estaba de pie ante la ventana, desnudo. Me oyó desperezarme y me miró. Con tristeza y no comprendía por qué.

“¿Qué hora es?”
“Las 3 de la mañana”. Solo me había dormido un par de horas. Todavía no tenia que regresar a mi casa.
“¿Listo para el round dos?” le pregunté. Me miró y se rió, con ganas.
“En verdad te pareces”
“¿A quién?”
“A alguien que conocí hace… tiempo”

Le sonreí. El segundo round fue igual, incluso mejor me atrevo a decir. Pero el cabrón me volvió a morder, aunque esta vez no me dolió tanto. Mas bien, vaya, mas bien me volvió loca que lo hiciera. No podía más. Jadeando le pedí que parara, era demasiado. Me sonrió y me abrazó con ternura. Me dormí entre sus brazos.

Cuando desperté el sol se colaba entre las cortinas. Miércoles, ya era tarde y debería haber regresado temprano a casa. Mi vieja me iba a matar. Esteban no estaba en ninguna parte. Bueno, este chico tenía algo que me intrigaba y me atraía, así que no lo iba a dejar escapar. Ya sabía donde vivía así que podía volver después. Me levanté y casi me caigo al suelo, me sentía débil. Las piernas me temblaban y sentía frío. Me repuse, me vestí y salí del departamento.

Una vecina me miró con extrañeza cuando salí al corredor. El guachimán se me quedo mirando cuando salí del edificio, con la misma mirada que aquella mujer. Mira tú, siempre paso por este edificio en Javier Prado cuando voy a la universidad.

Tomé mi combi y llegué a casa. “Hola mamá” la saludé, disponiéndome a recibir mi castigo, pero me abrazó con lágrimas en sus ojos.

“¡Hija mía! ¿Dónde has estado?”
“¿Qué pasa mamá?”
“¿Dónde te habías metido criatura?”
“Pero si solo salí un día, el Sábado y hoy es Domingo”
Mi madre me vio extrañada, como si estuviera loca. “Hoy es Martes”

No podía creerlo. ¿Qué había pasado? ¿Dónde había estado yo? ¿Qué estaba pasando? Me pregunté mientras me sobaba la nuca, de preocupación. Entonces todo fue claro. Dejé a mi madre ahí con una expresión de miedo y corrí al baño. Me miré al espejo y respire aliviada. Pero entonces lo vi y di un grito. Había dos pequeñas marcas en mi cuello, sobre mi yugular.

martes, febrero 14, 2006

J&E

Hemos quedado para vernos hoy y celebrar este día. La voy a recoger en su departamento y luego la llevaré a un disco, y pienso cansarme bailando con ella toda la noche. Aunque claro, después, espero con ansías lo que pasé después. La he extrañado mucho en estos últimos días y es que la chamba nos trae a todos de arriba abajo en esa oficina. No veo la hora de terminar mis prácticas, graduarme, trabajar y mudarme con ella. Ya sé que estoy soñando y que tomara tiempo, pero tengo paciencia… aunque no mucha. Y es que estar con ella me hace… no sé, pero me siento muy bien cuando estoy con ella.

No puedo esperar más. Ya sé que quedamos en vernos en la noche pero no aguanto más. Siempre me han dicho que tenga paciencia, pero no, no tengo. Así que he decidido pasar toda la tarde arreglándome y como estoy sola en el departamento puedo hacer lo que me de la gana. Así que lo primero será pasearme por mi habitación en ropa interior, porque este calor está insoportable. La verdad es que no hay nada como andar libre en tu propia casa o departamento en mi caso. Veo TV mientras me como un helado en mi cama. ¡Qué vivan esos pequeños placeres! Umm, falta poco pero el reloj infame parece haberse detenido. Bueno, me ducharé de una vez, me pondré las bragas con encaje que tanto le gustan y que me quiere robar. ¿Debería ponerme sostén? Creo que sí, una nunca sabe con quién se puede cruzar y qué pueda pasar y no quiero una escena de celos, porque de que me cela, me cela. Creo que se me va a partir la cara de tanto sonreír.

Maldita combi, increíblemente, vacía, y por eso, recontra lentísima. Estoy con el tiempo justo. Me molesta hacerla esperar. Pero bueno, ya llegué y pronto nos iremos.

¿Por qué se demora? Paciencia muchacha, paciencia, me digo una y otra vez. ¡Ah, el timbre! ¡Al fin!

Uff, no puedo más, las piernas me duelen y ella que no se cansa de bailar. Cuanta energía tiene. Por eso me gusta, por las ganas que le pone a todo. Y por cariñosa. Y por bella. Ja, no puedo creerlo pero me estoy sonrojando. No, por favor no, no otra vez a la pista…

Ahora no te me escapas. Lo que no sabes es que conozco al DJ y le dije con señas que se ponga una lenta. Ahora no te escapas. Me gusta ver tu cara de sorpresa, al ver que las otras parejas se abrazan y empieza la lenta. Ah, mira tu, “Lady in Red”, la canción que adoro. Ah, no, nada de sentarse. Ven aquí.

Te abrazo con ganas. No puedo evitarlo. Me encanta sentirte junto a mi. Tu cabeza en mi hombro, mis manos en tu cintura.

Te miro a los ojos. Me encantan tus ojos. Me estiro para besarte. A veces no me gusta que tus labios estén tan arriba. No puedo aguantar las risitas mientras te beso. Sé que hay gente mirando, pero no me importa.

Vaya con el taxista. Más rápido no pudo haber venido. Pero ya llegamos a su depa. Ahora vas a ver.

¡Déjame abrir la puerta! ¡No, no, chupetón no!

La ruta de la puerta a tu cuarto se me hace interminable. No dejamos de besarnos. Y al llegar a tu cuarto te cargo en brazos y te llevo a dentro. Algún día serás mi novia de blanco.

Me encanta cuando me cargas. Me siento tan segura. Ahora me dejas en mi cama y te dejo hacer. Como me encanta que me hagas todo y estar ahí, sin hacer nada, dejando que me quites la ropa... Creo que tienes razón, soy muy sumisa en la cama y sé que eso te encanta. Me besas el pecho. Quiero coger tu cabeza pero no me dejas, me coges las muñecas con tus manos. Me estremezco de tan solo pensar en lo que piensas hacer.

Me gusta sentir tu pecho contra el mío. Sin soltarle las muñecas beso tus labios y tu cuello. Parece que mi marca no esta tan clara, creo que debo marcarla un poco más.

No, no.

Te sueltas, no puedes más al parecer. Me besas una vez más y pronto tu cabeza se pierde en mi pubis, tus labios besando en la entrepierna y tus dedos acariciándome, con la misma sensualidad con que te acaricias tú.

Tus dedos se pierden dentro de mi. No puedo quedarme así. Los míos te tocan y pronto te penetran. No puedo más. Me vuelves loca, como la primera vez que estuvimos juntas. No puedo más. No puedo jadear más. No puedo pensar, no puedo… ¡Joanna!

Vaya. Otra vez te desmayaste. Te beso con ternura. No importa. En un rato de despertaras y seguiremos. Me echo a tu lado y te abrazo. Podría pasarme toda la noche solo mirándote. Te amo Erika.

Pequeña nota:
Querido lector, Erika y Joanna son dos de mis personas favoritas. Por eso creo que merecían contar una historia más en este día. Puedes leer más de ellas en Compañera de Cuarto.

Feliz día de San Valentín querido lector.

martes, enero 24, 2006

Secretos

Estaba sentada en un pequeño banco, blanco y confortable. Me habían dejado sola mi mamá y mis amigas, para que me tranquilizara porque era un mar de nervios. Sentada frente a una pequeña mesa muy bella, con un espejo ovalado, me vi en el reflejo y sonreí tímidamente, sin lograr calmar las mariposas en mi estomago.

Me vi una vez más en el espejo, sentándome un poco más derecha. Mi traje blanco era bellísimo, modesto y recatado y a la vez seductor. O al menos eso me había dicho Sara, mi amiga de toda la vida. El estilista de mi mamá había hecho un trabajo estupendo con mi cabello, peinándolo de tal manera que el velo descansaba en él y no se movería por nada del mundo. Sonreí y seguía sin poder controlarme y mis manos con guantes, unos delicados guantes, no se podían estar quietas. No aguantaba más y me pare y fui a la ventana, observando el campo que se extendía delante de mí, y en medio de él, rodeado de árboles, la pequeña iglesia donde me casaría en unos pocos minutos. La boda iba a ser en la hacienda de los padres de Daniel, en la antigua iglesia donde se había casado hacia mucho tiempo la bisabuela de Daniel, el chico que se convertiría en mi esposo y al que amaba locamente.

Estando ahí parada, observando, escuché la puerta que se abría y no me voltee, concentrada en ver a la gente que caminaba en dirección a la iglesia. Pero cuando la puerta se cerró y escuche un suave carraspeo, me di vuelta, curiosa. El mundo se me congeló ahí mismo y me agarré de la ventana para no caerme. Era él, apoyado en la puerta y mirándome con su mirada traviesa y su media sonrisa.

- ¿Qué haces aquí? - mi voz fue un leve susurro.
- He venido a despedir a la novia.
- No puedes estar aquí ¿Cómo entraste? No estás invitado.

Por toda respuesta sacó el sobre que yo conocía tan bien y que contenía la invitación a la boda. Lo arrojó con suavidad y cayó delante de mis zapatos blancos y con una breve mirada vi su nombre impreso en el sobre. Andrés Masias. No podía ser. Me había cuidado de no mencionar su nombre a nadie, de hacer como que me había olvidado, de borrarlo de mi vida. Y ahí estaba él, recostado en la puerta.

- Bueno, ya me viste. Puedes despedirte e irte.
- ¿Y perderme la boda? No creo. - Avanzó hacia mí y mis piernas me flaquearon. Su figura alta se dirigía hacia mí y no podía moverme o articular palabra. Sus zapatos negros se detuvieron delante de los míos, y su mirada estaba fija en la mía.

- Así que te casas.
- Sí – atiné a susurrar.

Me tomó por los brazos, con suavidad y acercó su rostro. No pude detenerlo cuando me besó, pero luché por liberarme… después de unos minutos.

- ¿Qué haces? ¡No seas loco!
- ¿No me vas a dar un beso de despedida?
- Ya te lo di, ¡vete ya!
- Pero ¿así nada más?
- ¡Vete!

No dijo nada. Solo se sonrío mientras me volteaba y me atraía hacía si, apoyándome contra su pecho, mientras su boca buscaba mi cuello. Un “no” quiso escapar de mi boca pero se congeló en mi garganta. Nunca pude resistirme a su presencia. Pero no era justo, fue él el que se alejó, fue él el que no dijo adiós, fue él el que no quería comprometerse, y aquí estaba ahora, estrechándome entre sus brazos, besando mi cuello. Maldito sea.

Su mano se posó sobre mi muslo y sus dedos jalaban mi falda hacía arriba. Su boca jugaba con mi cuello. Sus dedos se posaron sobre mi bragas azules y se deslizaron debajo de ellas y me tocó como el sabía hacerlo, en su maldita mezcla de suave y fuerte, de cariñoso y salvaje. Su boca succionaba con fuerza en mi cuello. “No me marques, no me marques, oh dios, ¡no me marques maricón de mierda!” pude apenas susurrar. Sus labios dejaron mi cuello para ir a jugar con mi oreja, mientras sus dedos seguían bailando en mi pubis. No pude más, no pude contenerme más y se me escapó un grito.

Estaba ahí entre sus brazos, jadeando y muriéndome de la vergüenza, por la manera en que este tipo me afectaba, cuando la puerta se abrió.

- ¡Andrés! ¡Me dijiste que solo te ibas a despedir! – Era mi madre que nos miraba con una mezcla de cólera y… no, no podía ser.
- Ya me despedí Angela – le contestó, pero aun no me soltaba y sus dedos seguían tocándome, haciendo que se me escapara otro gemido.
- Es hora que vayas a sentarte a la iglesia – la voz de mi madre expresaba resentimiento.
- Está bien

No me soltó hasta que pude sostenerme en mis dos piernas y entonces me arregló el vestido. Me dio un breve beso en los labios y se dirigió a la puerta. Mi madre lo miró molesta y cuando pasó junta a ella la sujetó del talle y la besó con pasión. Mi madre no se resistió y le regresó el beso. Yo era una estatua de piedra ante la escena. Finalmente la soltó, me dirigió una ultima mirada picara y se fue.

- Mi madre estaba roja de la vergüenza. - Arréglate hija, ya casi es la hora
- Mamá
- Hija, yo…

Le dirigí una sonrisa, una sonrisa sincera. Mi madre la devolvió, con un reflejo de juventud en sus ojos. Mi secreto estaba seguro y el suyo también.

martes, enero 10, 2006

17 y 16

Advertencia:
Debo advertirte, querido lector, que esta historia contiene un elemento que puede ser chocante para ti. Lamentablemente, no puedo decirte cuál es, porque dicho elemento es el quid de la historia. Si lees esta historia y te gusta, deja un comentario. Si no te gusta, también. Pero que conste que te previne.

Me baje de mi combi y allí estaba ella, esperándome en la esquina y muy molesta.
- ¿Dónde estabas? - Me increpó.
- ¿Dónde crees que estaba? Fui al cine, como dije.
- ¿Y por qué te demoras tanto? ¿Estabas con ella? - Estaba a punto de ponerse a gritar en la calle.
- ¿Y que te importa? ¿No habíamos decidi- No me dio tiempo de terminar porque se dio media vuelta y empezó a correr.

No podía dejarla así. Corrí tras ella y la encontré batallando con las llaves de la puerta de la casa. “¡Déjame sola!” gritó mientras abría la puerta y corría hacia adentro. Intentó cerrar la puerta de golpe pero puse mi pie. Cuando entré la vi correr por las escaleras al segundo piso. “¡Déjame sola!” gritó otra vez. “¡Lárgate!” Era obvio por la forma en que gritaba que no había nadie más en la casa.

Me quede ante la escalera sin saber que hacer. Si subir y enfrentarme al vendaval que es Lucia o largarme de una vez antes que llegara alguien. Mi cabeza no se decidía que plan de acción tomar cuando la escuche sollozar. Era claro lo que tenía que hacer. Subí lentamente, no sabía si había alguien arriba y lo menos que quería era encontrarme con alguien más. Me paré delante de la puerta de su cuarto y la vi allí, sentada en su cama, abrazando su almohada y con el rostro escondido en ella, sollozando. No sabía qué hacer, qué decir.

- Lucia.
No respondió.
- Lucia. - Intenté otra vez. Me acerqué y me arrodillé delante de ella. - Háblame.

Levantó el rostro de la almohada y me miro con pena. No lo había notado, pero se había arreglado, tenía el pelo peinado cuando a ella le gusta usarlo libre y sin peinar. Se había puesto rimel, pero este, o corría por sus mejillas o era una mancha en la almohada. Sus labios tenían un ligero carmín pero estaba corrido. Fui a su baño y regrese con una toalla húmeda y lavé su rostro, mientras ella seguía sollozando sin dejar de mirarme.

- No quiero. - Soltó por fin.
- ¿Qué no quieres?
- No quiero que veas a otras, no quiero ver a otros, no quiero nada.
- Pero Lucía…
- ¡No! ¡Solo te quiero a ti!

Había batallado con esto por mucho tiempo. Nuestra última conversación había sido desastrosa. Había ocurrido en esta mismo cuarto y aunque fue difícil, creí que era lo mejor. No podíamos seguir como estábamos, no estaba bien, nos estábamos lastimando el uno al otro.

Me besó. Con lentitud y pasión para alguien de su edad, 16. Quise reír, porque ¿quién era yo con mis 17 años para creerme un hombre de mundo? Es solo que, con ella, cuando me di cuenta de lo que sentía, siempre quise estar a su lado, pero…

Dejó de besarme y me desperté para verla sacarse el polo y luego su sostén. “Lucia…” intenté decirle, intenté detenerla. “Por favor…” fueron sus palabras, leves, urgentes. Dejó caer su sostén al suelo y estiro sus brazos hacia mí, llamando a abrazarla, a hacerla mía una vez más. La abracé y la besé. Ya no importaba nada.

¿Cómo era posible que quisiera abandonar todo esto? ¿Cómo es posible que quisiera olvidar como se siente su cuerpo debajo del mío, mientras sus piernas me rodean, sus brazos me aprietan y sus uñas me arañan la espalda? ¿Cómo creí que podía dejar de amarla y que ella haría lo mismo?

¡Marcos! ¡Marcos!. Su voz gritaba mi nombre. La amé desde el primer día y la amaré hasta el último de ellos.

Echados en su cama, yo intentando escuchar la puerta y ella acurrucada en mi pecho, solo deseábamos que el tiempo se detuviera.

- Te amo.
- Yo también te amo Lucia.
- No me dejes nunca más hermano.
- Nunca. Nunca más.