viernes, marzo 31, 2006

Nox Servant

“Sandra, ya nos vamos” me gritó al oído Daniela, pero sus palabras casi se perdieron con el ruido de la música de la disco.
“¿Tan temprano? Pero recién se está armando la cosa” Fue mi respuesta, y era mentira, porque la “cosa” ya llevaba tiempo que bullía con la cantidad de gente en el local.
“No me siento bien. Lucho me va a llevar a mi casa. ¿Vienes?”
No quería irme, la estaba pasando muy bien. “Yo me quedo”
“¿Te quedas?”
“Sí, después me voy”
“Pero…”
“No te preocupes mamá” le dije con sarcasmo. Daniela se sonrojó un poco
“Bueno, nos vemos entonces. Cuídate”

No fue una buena idea quedarme. No podía creer la cantidad de chicos que se te lanzan encima. Claro que me intención era encontrar un vacilón, un “choque y fuga” pero todos estos chicos, bueno, mejor lo dejo ahí. Ya me había cansado de bailar sola, de bailar con algunos chicos inventando números de celular y nombres y me estaba aburriendo. Así que decidí irme a la barra, tomarme un trago e irme a otra disco.

Deje la copa vacía sobre la barra y me disponía a irme cuando lo vi. Alto, delgado, pálido como la Luna. Estaba vestido con un jean negro raído, muy raído y sus botas también negras estaban relucientes. Llevaba un polo de mangas largas azul y el cabello largo y desalineado. Y era un cuero, a pesar de ser tan pálido. Parecía además que nunca hubiera tomado sol. Sus ojos voltearon a verme y por un momento creo que me perdí en ellos, porque lo siguiente que recuerdo es que estaba delante de él. Seguía mirándome y no decía nada. “¿Quieres bailar?” atiné a decir. Las comisuras de sus labios se torcieron en una sonrisa que me hizo estremecer. Me llevó a la pista y bailamos toda la noche. Me moría por hacerle preguntas, por saber de él, pero no podía, solo quería bailar y dejarme llevar por él. Nunca me había sentido así y era intoxicante.

Cuando acabó la última canción que habíamos estado bailando lo tome de la mano y lo arrastre hacia fuera de la disco. Me miró sorprendido y no pude reprimir una sonrisa.

“¿Cómo te llamas? No sé tu nombre”
No contestó, solo me dio otra vez esa sonrisa.
“Ya pues, dime” Le reproché, pero no estaba molesta, algo no me dejaba molestarme con él.
“¿Son tan importantes los nombres?”
“Pues sí, supongo que sí”
“¿Por qué?”
Solo lo miré, sin saber que responder. Sus ojos me miraban fijamente. Las piernas me flaqueaban.
“Hace tanto tiempo…” me pareció escuchar. “Esteban”
“Sandra”
Cuando le dije mi nombre me miró profundamente. “Sí, te le pareces”
“¿Perdón?”

No me respondió ni tuve oportunidad de preguntarle de nuevo. Sus labios me besaban con pasión, allí en la calle, con la gente mirando. No me puede resistir. No quería. Solo me importaba besarlo, aunque sus labios estuvieran fríos.

No recuerdo el viaje en taxi, no recuerdo cuando llegamos a su departamento. Todo es muy vago, porque lo único que hice fue mirarlo y recostarme contra él. Fue como si me despertara cuando estábamos ante su cama. Su rostro se alejaba del mío, así que debía de haberme besado. No lo recuerdo, pero sentía el frío de sus labios en los míos. Pero ahí estaba él, delante de mí con su sonrisa extraña, casi… no sé.

Sus manos me desnudaron con una facilidad y me besó el cuello, para luego descender hasta mis pechos. Dios, no podía ser. No podía ser verdad la manera en que me afectaba. Jugaba con mis pezones como un niño travieso, hambriento. No me tocaba en ninguna otra parte, solo en mis pechos. Cuando me mordió levemente creí morir del placer. Maldito sea, pero me había sacado la lotería con este “choque y fuga”

Me tumbó en la cama. Lo besé como una loca, como poseída. No hubo necesidad que hiciera más, ya estaba demasiado excitaba. Me poseyó con facilidad y mis piernas lo apretaban, mis pies se cruzaban detrás de su espalda mientras sus manos buscaban las mías y las llevaban sobre mi cabeza. Por Dios, que no sea un loco de esos, me dije, pero en verdad no me hubiera importado, podría haber hecho lo que quisiera y no me hubiera importado. No podía más, no podía aguantar más, los gemidos no querían salir más de mi garganta. Estaba fuera de mí y no pude resistirlo más. Con un último gritito me hundí en un mar de placer. Y entonces fue cuando sucedió. El cabrón me quería marcar. Me mordió el cuello justo cuando llegaba al límite. Esa mezcla de placer y dolor fue demasiado. Con un último grito me desmayé.

Cuando me desperté Esteban estaba de pie ante la ventana, desnudo. Me oyó desperezarme y me miró. Con tristeza y no comprendía por qué.

“¿Qué hora es?”
“Las 3 de la mañana”. Solo me había dormido un par de horas. Todavía no tenia que regresar a mi casa.
“¿Listo para el round dos?” le pregunté. Me miró y se rió, con ganas.
“En verdad te pareces”
“¿A quién?”
“A alguien que conocí hace… tiempo”

Le sonreí. El segundo round fue igual, incluso mejor me atrevo a decir. Pero el cabrón me volvió a morder, aunque esta vez no me dolió tanto. Mas bien, vaya, mas bien me volvió loca que lo hiciera. No podía más. Jadeando le pedí que parara, era demasiado. Me sonrió y me abrazó con ternura. Me dormí entre sus brazos.

Cuando desperté el sol se colaba entre las cortinas. Miércoles, ya era tarde y debería haber regresado temprano a casa. Mi vieja me iba a matar. Esteban no estaba en ninguna parte. Bueno, este chico tenía algo que me intrigaba y me atraía, así que no lo iba a dejar escapar. Ya sabía donde vivía así que podía volver después. Me levanté y casi me caigo al suelo, me sentía débil. Las piernas me temblaban y sentía frío. Me repuse, me vestí y salí del departamento.

Una vecina me miró con extrañeza cuando salí al corredor. El guachimán se me quedo mirando cuando salí del edificio, con la misma mirada que aquella mujer. Mira tú, siempre paso por este edificio en Javier Prado cuando voy a la universidad.

Tomé mi combi y llegué a casa. “Hola mamá” la saludé, disponiéndome a recibir mi castigo, pero me abrazó con lágrimas en sus ojos.

“¡Hija mía! ¿Dónde has estado?”
“¿Qué pasa mamá?”
“¿Dónde te habías metido criatura?”
“Pero si solo salí un día, el Sábado y hoy es Domingo”
Mi madre me vio extrañada, como si estuviera loca. “Hoy es Martes”

No podía creerlo. ¿Qué había pasado? ¿Dónde había estado yo? ¿Qué estaba pasando? Me pregunté mientras me sobaba la nuca, de preocupación. Entonces todo fue claro. Dejé a mi madre ahí con una expresión de miedo y corrí al baño. Me miré al espejo y respire aliviada. Pero entonces lo vi y di un grito. Había dos pequeñas marcas en mi cuello, sobre mi yugular.