sábado, diciembre 31, 2005

Fiesta de Fin de Año

Juan José (él odia ese nombre a muerte, porque le suena a nombre de galán de telenovela mexicana) me invitó a la fiesta de fin de año del gerente del banco donde trabajaba. Juan me había dicho que quería que me vistiera sobriamente y que me comportara lo mejor que pudiera, porque desde su ascenso mucha gente buscaba cualquier motivo para hundirlo.

Le pregunté que era sobrio para él y me miró como si tuviera dos cabezas. Pues, un traje de noche negro supongo, me digo. Y como quieres que me comporte, le pregunté. Pues, como siempre, fue su respuesta, y se soltó la corbata incómodo ante mi mirada. Oh, que poder tenemos, con una simple mirada podemos decir y producir muchos efectos y yo la tenía fija en sus ojos, castaños, oscuros y soñadores, aunque de momento, perturbados por creer que me había molestado. Y no es que Juan José fuera un pisado, oh no. Pero no le gustaba verme molesta. Juan era un caballero y mis amigas me decían que me había sacado el premio gordo. Si solo ellas supieran…

Quedaban ya pocas horas para que muriera el año y empecé a prepararme. Me duché con agua caliente, muy caliente, a pesar del calor que hace en Lima. Después de secarme entera y comprobar que mi peinado no se había mojado gracias al gorro de baño, me depilé. Ah, las cosas a las que nos sometemos las mujeres. Gracias a Dios y los inventores por ese nuevo aparatito que ha aparecido. En verdad, ¡no duele! Juan apreciaba mis piernas y cuando su mano se desliza por ellas, yo… uy, se me hace tarde.

En mi cama descansaba mi traje de noche. Rojo. Sin mangas y con escote en U en la espalda. Como Juan quería que me comportara (niño tontito), decidí no usar brassiere, pero sí tanga, no quería que se me infartara mi niño. Lamentablemente un traje de noche no está completo sin unos zapatos de tacón. Como los odio, pero no podía presentarme en zapatillas ¿verdad?

Me ponía los aretes y un collar cuando mi padre me avisó que ya había llegado Juan José. A mis padres les divertía ver como se incomodaba él cuando decían su nombre completo y les gustaba batirlo. Bajé las escaleras con cuidado, porque tenía una sorpresa para Juan y cuando me vio se sonrió. Yo me mordía el labio inferior mientras ponía mi mirada más inocente. Todavía sonriendo me alcanzó una cajita. La abrí y dentro había una gargantilla de terciopelo rojo y engarzada en ella una piedra roja. Lo miré incrédula y no me dijo si la piedra era de verdad o fantasía. Con cuidado me quité el collar y me colocó la gargantilla.

Le di mi otra sorpresa a Juan, mientras me subía a su carro, después de que, caballero él, me abriera la puerta. Me subí como me había enseñado mi madre, como debe subirse una dama, pero subí la pierna un poco más de lo debido y la tela de la falda hizo el resto al deslizarse hacia abajo y mostrarle el corte lateral de la falda, que llegaba hasta mis muslos, dejando ver mis medias. “¡Eli!” me reprendió. ¿Qué? Le respondí mientras batía mis pestañas.

La fiesta fue, no diré un suceso, pero si muy interesante. Sé que Juan no tenía la intención de mostrarme como un trofeo, pero estoy segura que la mayoría de sus compañeros de trabajo lo querían matar, por lechero, como escuche por ahí. Soy una chica normal, fiel y muy enamorada. Pero creo que en esa noche me convertí en “una arpía, una descarada, una tragahombres” Que conste que yo no hice nada. Lástima que la casa del gerente haya tenido aire acondicionado, muy frío, y que, bueno, cierta parte de mi anatomía se haya entumecido por eso. Juan José estaba como loco, entre divertido al ver la reacción de sus compañeros, sus esposas o parejas, y asustado ante el gerente, por lo que pudiera decirle.

Feliz Año Nuevo y todo eso. Después de bailar como locos y pasarla bien (al menos yo y él), nos fuimos. Cuando tomó Javier Prado me di cuenta que me iba a llevar a mi casa. Nada de eso, por Dios. Vamos a otro lado le dije. A dónde. A tu depa. Y para enfatizar lo que había dicho deslicé mi mano por la costura de la ingle de su pantalón. Ah, cómo adoro verlo sonrojarse como chiquito.

No recuerdo bajarme del carro y entrar a su departamento. No recuerdo como nos quitamos la ropa. Pero si recuerdo sus caricias, sus besos, su desesperación y la mía. Y todo esto en su sala. Recuerdo que me cargo a su cuarto. En momentos como estos me encanta sentirme protegida y ¡Dios! como sabe hacerlo. Me siento amada, me siento segura. Juan no es fuerte, quiero que se meta a un gimnasio para que enfatice sus músculos, pero cuando me abraza, me aprieta suave pero firmemente, me pierdo en él y solo atino a rodear sus caderas con mis piernas, a buscar su espalda con mis manos y besarlo y tratar de robarle su aliento. Y entonces me mira, con sus ojos castaños, profundos y mis pies se cruzan detrás de su espalda. Y después nos quedamos quietos, satisfechos.

Me abraza. Meto mi cabeza en el hueco que forma su brazo y su torso. Huele a hombre y Tabaco. Me quedo dormida. Segura. No me importaría ser su trofeo, porque él es el mio.

jueves, diciembre 29, 2005

Dancing Queen

No quería mudarme. No quería dejar atrás a mis amigos del barrio. Pero mi viejo había conseguido una casa más grande, ahora que mi mamá estaba esperando una hija, y mi padre quería una casa con todas las comodidades. Pero yo no quería mudarme. Ya me había acostumbrado a este barrio, a la panadería, a la tienda de la esquina, al guachimán del edificio vecino, al pinball escondido a tres cuadras, a todo lo que me rodeó en mis 14 años de vida. No quería mudarme y ya estaba grande para hacer pataleta. Así que puse mi mejor cara de adolescente frustrado, al que la vida odia (todos hemos pasado por esa etapa, donde creemos que nadie nos comprende), y empecé a hacer mis maletas.

Ya había estado en la nueva casa y la verdad que me gustaba. La casa al menos, porque el barrio… Mi nueva casa era de dos pisos y una azotea donde estaba el tendedero de ropa. Era grande y espaciosa. En la casa del costado vivía una señora histérica, que me reventó demasiadas pelotas de fútbol y básquet y que se quejaba de lo alto que escuchaba la música. Sus quejas habrían tenido efecto si y solo si fueran verdad, porque se quejaba de que escuchaba música muy alto cuando yo no estaba en la casa. Lamentablemente, yo era la única persona de mi edad en toda la cuadra. El resto de vecinos del barrio eran personas mayores o con hijos en la universidad.

Al otro costado había un edificio, y lo único que yo veía era la pared sin tarrajear. Mi casa tenía un patio chico, y la pared de atrás daba a dos casas. Una era también de dos pisos y la otra solo de uno.

Ya había pasado dos años viviendo en esta casa y ni qué decir que ya estaba acostumbrado. Lamentaba no tener amigos de mi edad por aquí. De vez en cuando me iba en micro a mi antiguo barrio y jugaba con los antiguos camaradas, pero ya no era lo mismo. Era un extraño. Nos saludábamos y todo, jugábamos una pichanguita y todo, pero no era igual. Incluso Marita, una de las razones por las que no quería mudarme, estaba saliendo con Toño, uno de mis patas. O ex-patas.

Con las cosas como estaban, la vida siguió su curso.

Una noche mi madre me mando a bajar la ropa, porque estaba empezando a llover, esa lluvia de Lima, leve pero que moja. Me subí al tendedero y empecé a sacar la ropa. Se oía música. Cuando iba a bajar, al estar tan alto, pude ver la casa de atrás, la de un solo piso. En la ventana de un cuarto que daba a un pequeño patio había una chica que estaba bailando al ritmo de la radio. Se veía que era mayor que yo, tal vez de 20 o 22. Ya me bajaba cuando, mientras daba vueltas con la música (Dancing Queen, creo recordar) se quito el polo. Me quede idiota. Sin dejar de bailar se quitó el brassiere. Nunca jamás hasta ese momento había visto yo un pecho femenino. En vivo y en directo quiero decir (ni tan directo porque estaba lejos) Tenía un busto muy bonito. No era esas tetonas de las películas, ni una tabla, pero sí los llevaba bien puestos. Recordé que tenía que respirar.

Estaba congelado ahí con la ropa en un brazo y la lluvia mojándome la cara, no quería moverme. Se desabotonó los jeans y los bajó, meneando las caderas al ritmo de Abba que todavía seguía y yo les hacía caso, See that girl, watch that scene, dig in the dancing queen. Ella se había convertido en mi Reina y yo solo quería verla.

Sentándose en la cama se terminó de sacar los jeans. Una vez más mi aliento se había congelado, por la expectación. Mi pulso se aceleró cuando puso sus pulgares en su pequeño calzón y lo descendió rápidamente. Se puso de pie y siguió bailando. Debía ser un cd de Abba porque siguió Chiquitita.

Si no había visto nunca unos senos, mucho menos un trasero tan bonito y unas piernas tan torneadas. Y ver su pubis, esa parte tan prohibida hasta ese entonces, fue increíble. Descubrí que estaba temblando. De miedo y expectativa.

Bailando, se acercó a su closet y sacó un traje. Luego ropa interior. Y cuando se dio vuelta, me vio.

Me consideraba hombre muerto, porque lo más probable fuera que se quejara con mis padres. Tampoco que no estuviera en su derecho. Tan alelado como estaba, solo atiné a saludar. Tal vez fue eso. O que sería, pero solo me miró. Puso sus manos en sus caderas mientras las inclinaba un poco. Yo estaba congelado. Creo, nunca lo supe, que suspiró y se sonrió, porque me volvió a ver, hizo una pose, con una mano arriba y la otra estirada, se giró lentamente, como para que la vea bien. Luego me sacudió el dedo índice de su mano derecha, como se hace con un niño malcriado cuando se le llama la atención y cerró su cortina. Ya cerradas, su mano salio entre ellas y se despidió.

Solo bajé y supe que esto no se repetiría jamás.

lunes, diciembre 26, 2005

Compañera de Cuarto

Erika siempre fue mi amiga, desde pequeños cuando íbamos al nido. También fuimos juntos al colegio. Y por supuesto a fiestas y al cine y cualquier lugar. Trujillo es una bonita ciudad y juntos la recorrimos de cabo a cabo. Nuestra amistad era y es importante, pero con el tiempo me fui enamorando de mi amiga. Me gustaba su rostro, su personalidad y su carácter. Pero lamentablemente no iba a funcionar. A Erika y a mí nos gusta lo mismo: las mujeres. Fue difícil cuando me lo contó, porque yo había soñado con muchas cosas y hecho muchos planes en mi cabeza, pero no iba a funcionar. Sé que ella estaba asustada de mi reacción, y debo confesar que me sentí molesto con ella y solo acerté a irme sin decir nada. Grave error. Después, con la cabeza fría, y aunque me dolía mucho, comprendí que no por eso iba a dejar de ser su amigo. Después de algunas lágrimas y abrazos, volvimos a ser los patas de siempre.

Decidí irme a Lima, a la Católica. Erika también se vino conmigo y por suerte ingresamos al mismo tiempo. Nuestros padres tienen plata, y como ninguno de los dos tiene familiares en Lima, entre nuestros papás nos compraron un departamento. Yo pedí que fueran dos, separados, pero el papá de ella es chapadazo a la antigua y no quería que estuviera sola en esa ciudad enferma que es Lima (sic). No tranzó el señor y nos quedamos en un departamento de San Isidro, con 3 cuartos y todas las comodidades.

Mi madre me había dicho que esperaba que me comportara y no desgraciara a Erika. Aunque me ofendí por el comentario, me sonreí dentro de mí. Eso no iba a pasar. Y estoy seguro que mi papá y el de ella querían que nos casáramos, compadrazos como eran. No me imaginaba como sería cuando se enteraran de lo de Erika. Dado como era su padre, no es difícil entender su reticencia a decirles.

Ya habían pasado tres años de carrera (yo iba retrasado, por estúpido, y Erika no) y teníamos una especie de acuerdo y horario. Desayunábamos juntos y luego cada uno se iba de acuerdo a las horas de clases. De ahí, no nos veíamos a veces hasta la noche en el departamento. Nos cruzábamos eso sí, en la Católica.

Yo había salido con algunas chicas pero nada serio. Y es que en fondo solo quería estar con Erika. Ella, más bien, hacia siete meses que estaba saliendo con Joanna. Joanna era tan alta como Erika y era muy simpática. Aunque al principio fue raro (para mi) pero nos hicimos patas.

Erika Y Joanna preferían estar en el departamento y Erika siempre me manda un mensaje de texto para que me hiciera humo un rato, para que puedan estar tranquilas. No me incomodaba mucho, porque, o estaba en la universidad o estaba ocupado. Claro que a veces no tenia nada que hacer y solo quería tirarme en mi cama y dormir, pero así es el mundo me decía. No voy a mentirles. Al principio trataba de no pensar en ellas, pero luego fue inútil. Descubrí que lo mejor era ocuparme en hacer algo para no pensar en ellas y en lo que estaban haciendo. Tal vez por eso mejoraron mis notas.

Era época de finales. No cargué mi celular. Me dolía el cerebro después del examen de Resistencia de Materiales. Me fui a casa derechito, soñando con mi camita y nada más.

La combi no ayudó a que me relajara. Cuando llegué al depa, abrí la puerta y me metí de frente a mi cuarto y me arrojé a la cama. Me estaba quedando dormido cuando escuche un crujido. Erika andaría por allí me dije. Pero luego risitas. Y respiraciones entrecortadas. Y me sonrojé como no me imaginaba. Haciendo de tripas corazón me levante y pensaba salir sin hacer ruido, pero la puerta de Erika estaba abierta ahora y me iban a ver. No quería que se molestara conmigo y no sabia que hacer. No se me ocurrió mejor cosa que meterme a mi cuarto y cerrar la puerta. Pero a medio camino las risitas cambiaron por quejidos y suspiros. Y la sangre (que ya había empezado a moverse) terminó de ir en dirección sur. En otras palabras una erección, para aquellos que no entienden sutilezas.

El sueño de todo hombre. Pero carajo, que no iba a acercarme a ver. Por más que me hubiera imaginado la escena miles de veces. Por más que a Erika la haya soñado desnuda, por más que la cabeza (no sé cual) me dijera que me diera media vuelta y echara solo una ojeadita. Me metí a mi cuarto y cerré la puerta. Carajo, como hacían bulla. Con razón los vecinos se habían quejado conmigo. Echado ahí en mi cama, no me pude aguantar. Empecé a masturbarme al ritmo de sus gemidos. Por una parte me sentía horrible, por la otra deseaba estar allí en el cuarto de Erika. Me las imaginaba juntas, con sus piernas entrelazadas. Me las imagina besándose apasionadamente. Tocándose. Suspirando y gimiendo. No pude más y me di cuenta que iba a hacer un desastre. Solo acerté a cubrirme con mi camiseta (una de mis preferidas) mientras eyaculaba.

Me sentía horrible. Y tambien muy bien. Con esos sentimientos me cambie y me dormí.

Al día siguiente no sabía como salir del cuarto. Me pegué a la puerta intentando escuchar algo, pero solo oí la lavadora. Al salir del cuarto no me di cuenta que faltaba mi camiseta.

No había nadie en la casa y respiré aliviado. Me preparaba el desayuno cuando Joanna me dijo que quería huevos fritos. Se me heló la sangre. Pero ella solo pasó a mi lado con una sonrisa de lado a lado y en dirección al baño. Me quede mirándola y del baño salió Erika. Se había duchado y solo usaba una camiseta larga, que le llegaba hasta las rodillas. No sabia donde meterme y aventarme por la ventana no parecía una mala opción.

Me jaló de la mano y me hizo sentar en una silla de la cocina y se sentó en mis piernas. El cerebro hace rato que me había abandonado y no quería abrir la boca por temor a decir una cojudez. “¿Sabes? Quería matarte. Pero tu celular se murió, ¿no?” “Sí” le dije y me pregunte de quien era esa voz.

Se río y me pidió perdón. Yo estaba en otra. Me explicó que Joanna me había visto entrar como un zombie. Al principio se amargó, pero cuando me vio tirarme a la cama, me quiso embromar. Solo iban a fingir, pero se les pasó la mano. Yo no sabia que decir.

“Te quiero mucho Lucho” Me sonrojé. “Yo también me quiero mucho” traté de bromear. “Lo sé, tu camiseta es un buen ejemplo” En ese momento supe lo que estaba en la lavadora. ¿Sería posible que una cabeza pueda explotar de tanto sonrojarse?

“Te quiero mucho” repitió y me besó la nariz. “Tal vez…” me dijo cuando se iba. Me levanté a hacer los huevos fritos de Joanna imaginándome como me iban a batir entre las dos. Me quede pensando en ese “tal vez…”

“¡Lucho!” me di vuelta. Erika se levantó el polo y me mostró su trasero y entró riéndose a su cuarto. Aplasté el huevo que había cogido.