jueves, diciembre 29, 2005

Dancing Queen

No quería mudarme. No quería dejar atrás a mis amigos del barrio. Pero mi viejo había conseguido una casa más grande, ahora que mi mamá estaba esperando una hija, y mi padre quería una casa con todas las comodidades. Pero yo no quería mudarme. Ya me había acostumbrado a este barrio, a la panadería, a la tienda de la esquina, al guachimán del edificio vecino, al pinball escondido a tres cuadras, a todo lo que me rodeó en mis 14 años de vida. No quería mudarme y ya estaba grande para hacer pataleta. Así que puse mi mejor cara de adolescente frustrado, al que la vida odia (todos hemos pasado por esa etapa, donde creemos que nadie nos comprende), y empecé a hacer mis maletas.

Ya había estado en la nueva casa y la verdad que me gustaba. La casa al menos, porque el barrio… Mi nueva casa era de dos pisos y una azotea donde estaba el tendedero de ropa. Era grande y espaciosa. En la casa del costado vivía una señora histérica, que me reventó demasiadas pelotas de fútbol y básquet y que se quejaba de lo alto que escuchaba la música. Sus quejas habrían tenido efecto si y solo si fueran verdad, porque se quejaba de que escuchaba música muy alto cuando yo no estaba en la casa. Lamentablemente, yo era la única persona de mi edad en toda la cuadra. El resto de vecinos del barrio eran personas mayores o con hijos en la universidad.

Al otro costado había un edificio, y lo único que yo veía era la pared sin tarrajear. Mi casa tenía un patio chico, y la pared de atrás daba a dos casas. Una era también de dos pisos y la otra solo de uno.

Ya había pasado dos años viviendo en esta casa y ni qué decir que ya estaba acostumbrado. Lamentaba no tener amigos de mi edad por aquí. De vez en cuando me iba en micro a mi antiguo barrio y jugaba con los antiguos camaradas, pero ya no era lo mismo. Era un extraño. Nos saludábamos y todo, jugábamos una pichanguita y todo, pero no era igual. Incluso Marita, una de las razones por las que no quería mudarme, estaba saliendo con Toño, uno de mis patas. O ex-patas.

Con las cosas como estaban, la vida siguió su curso.

Una noche mi madre me mando a bajar la ropa, porque estaba empezando a llover, esa lluvia de Lima, leve pero que moja. Me subí al tendedero y empecé a sacar la ropa. Se oía música. Cuando iba a bajar, al estar tan alto, pude ver la casa de atrás, la de un solo piso. En la ventana de un cuarto que daba a un pequeño patio había una chica que estaba bailando al ritmo de la radio. Se veía que era mayor que yo, tal vez de 20 o 22. Ya me bajaba cuando, mientras daba vueltas con la música (Dancing Queen, creo recordar) se quito el polo. Me quede idiota. Sin dejar de bailar se quitó el brassiere. Nunca jamás hasta ese momento había visto yo un pecho femenino. En vivo y en directo quiero decir (ni tan directo porque estaba lejos) Tenía un busto muy bonito. No era esas tetonas de las películas, ni una tabla, pero sí los llevaba bien puestos. Recordé que tenía que respirar.

Estaba congelado ahí con la ropa en un brazo y la lluvia mojándome la cara, no quería moverme. Se desabotonó los jeans y los bajó, meneando las caderas al ritmo de Abba que todavía seguía y yo les hacía caso, See that girl, watch that scene, dig in the dancing queen. Ella se había convertido en mi Reina y yo solo quería verla.

Sentándose en la cama se terminó de sacar los jeans. Una vez más mi aliento se había congelado, por la expectación. Mi pulso se aceleró cuando puso sus pulgares en su pequeño calzón y lo descendió rápidamente. Se puso de pie y siguió bailando. Debía ser un cd de Abba porque siguió Chiquitita.

Si no había visto nunca unos senos, mucho menos un trasero tan bonito y unas piernas tan torneadas. Y ver su pubis, esa parte tan prohibida hasta ese entonces, fue increíble. Descubrí que estaba temblando. De miedo y expectativa.

Bailando, se acercó a su closet y sacó un traje. Luego ropa interior. Y cuando se dio vuelta, me vio.

Me consideraba hombre muerto, porque lo más probable fuera que se quejara con mis padres. Tampoco que no estuviera en su derecho. Tan alelado como estaba, solo atiné a saludar. Tal vez fue eso. O que sería, pero solo me miró. Puso sus manos en sus caderas mientras las inclinaba un poco. Yo estaba congelado. Creo, nunca lo supe, que suspiró y se sonrió, porque me volvió a ver, hizo una pose, con una mano arriba y la otra estirada, se giró lentamente, como para que la vea bien. Luego me sacudió el dedo índice de su mano derecha, como se hace con un niño malcriado cuando se le llama la atención y cerró su cortina. Ya cerradas, su mano salio entre ellas y se despidió.

Solo bajé y supe que esto no se repetiría jamás.

4 comments:

Laura Martillo dijo...

¿ ya sabes que eres bueno , verdad?

Keeper dijo...

Agradezco mucho tus comentarios y me da mucho placer que te guste lo que escribo. Tenía miedo de no estar a la altura. Me alegra saber que tengo algunos fans :)

Brandon M. dijo...

Creo que un blogg es para poder expresar lo que uno siente, sus ideas, opiniones y no se, toda locura que se nos ocurra, si nos gusta leemos, sino no no, pero en lo personal me gusto mucho tu forma de escribir, saludos.......

Anónimo dijo...

Salí a comprar esos cigarrillos y fue entonces que lo vi descender de su auto. Se dirigía a una tienda de abarrotes en la cuadra siguiente. Yo tenía una tienda para comprar mis cigarrillos mucho mas cerca que eso, pero igual me dirigí hacia donde él estaba entrando. Cuando llegué no lo vi. Yo tenía que acercarme al mostrador para pedir los cigarrillos, y eso hice aunque me provocaba entrar entre los estantes para encontrarlo. No puedo distinguir entre la alegría y el pánico mezclados que sentí cuando, mientras recibía mi vuelto, lo siento acercarse por detrás hasta casi darme con su aliento en la nuca.

Trabajábamos juntos, desde hace poco en que yo entré a la empresa donde él tiene una sólida posición. Fue él quién me saludó primero, una vez que nos cruzamos en los pasillos. Desde entonces nos saludamos siempre, y él ya me dirigió algunas preguntas otra vez en que esperábamos turno para la máquina de café.

Recibí los cigarrillos y el vuelto, seguramente nervioso y él me miró sonriendo mientras fingí sorpresa al darme con él para salir. A los pocos minutos estábamos junto a su auto, intercambiando información sobre lo que pensábamos de un domingo aburrido mientras nos mirábamos con entusiasmo. Nuevamente él tomó la iniciativa. Y si íbamos a su casa a escuchar música y tomar algo, me preguntó. Acepté de inmediato, diciéndome que eso aún no me comprometía a nada.

Su sala, desordenada pero acogedora, tenía un amplio sofá de cuero negro, en el que me invitó a tomar asiento. Luego se alejó sin explicaciones. Lo vi cruzar un umbral, no cerró la puerta. Oí, lejano, el ruido de su chorro golpear la superficie de agua del inodoro. Salió dirigiéndose a mí mientras se sacaba el polo. Yo no sabía como reaccionar y lo miraba callado. Se detuvo, de pie frente a mí. Sentado, veía rebosante la bragueta de su bluejean apretado, ceñido con una ancha correa de cuero crudo, sobre su vientre plano, firme y velludo.

Me preguntó si quería tomar algo. Todavía hoy no puedo creer que yo, tímido e inexperto hasta entonces, haya contestado “¿Quieres decir en este momento o mas tarde?” mientras miraba rápidamente de sus ojos a su bragueta, como en un tic sin intensión. Pero él me entendió mas de lo que yo concientemente deseaba. Se puso en cuclillas delante de mí, de forma que su rostro quedó a unos centímetros del mío. Me miró, sonrió, y dijo “va a haber tiempo para todo, o ¿talvez prefieres un troncho?”. “Una cerveza y un troncho” le contesté. Sonriendo con malicia, se puso de pié y fue por ambos.

Me daba cuenta que había cruzado la barrera y me había, por así decirlo, lanzado al ruedo. Sentía pánico por las consecuencias futuras y gran curiosidad por lo inmediato. Salió con las manos ocupadas por los vasos y el paco. Se había puesto una camisa delgada, abierta sobre el pecho musculoso. Lo recuerdo como un torero con los trastes de la faena, cruzando el redondel. Llegado al sofá, se dejó caer en él, ni muy cerca de mi ni todo lo lejos que el sofá permitía, me alcanzó el vaso, dejó el suyo sobre la mesa, y se dedicó a enrollar el canuto.

Hice loas a la hierba, sorbí mi cerveza y me arrepentí luego por no haber brindado, estaba muy asustado. Cuando terminó de liar lo encendió, dio una profunda pitada y luego hizo algo que me sorprendió. Dio la vuelta al troncho en su boca, de forma tal que la braza estaba en el interior de su boca y era la colilla la que sobresalía. Luego, por gestos, me invitó a fumar así. Me acerqué a su cara en la posición inmediatamente previa a un beso en la boca, apreté mis labios sobre el porro y aspiré. Entonces el sopló lentamente el humo en mi boca. Yo cerré los ojos y sentí subir la estoneada a una velocidad inaudita. No quise abrir los ajos cuando sentí que él retiraba el troncho de mi boca y me besaba mientras me tomaba en sus brazos y me inclinaba hacia atrás. En segundos él estaba echado sobre mí, besándome el cuerpo, acariciándome como a una mujer, y yo simplemente me abandonaba a un placer desbordante. Busqué a tientas el troncho sobre un cenicero en la mesa, di otras pitadas, se lo pasé. El fumó mientras reía mirándome a los ojos, mientras que con los dedos de la mano libre acariciaba mi boca y trataba de penetrarla. Lamí sus dedos, los dejé entrar, los chupé mientras me deslizaba debajo de él, buscando su entrepierna. Cuando llegué allí, me abracé a su cintura, pegando mi cara a su pelvis, y accioné de forma que él entendió que debía girar, permitiéndome a mí estar encima. Pude entonces con libertad maniobrar sobre su correa, el botón y el cierre de su pantalón. Cada acción iba revelando lo que resultó ser un pene erecto, duro, rojo y caliente, y sobre todo, mas largo y grueso que el mió, tal y como lo había soñado en secreto por años.

Me quedé mirándolo asombrado, sin atreverme a tocarlo. Miré su rostro y pude darme cuenta de lo excitado que él también estaba. Decidí prolongar el momento y me erguí para quitarme la ropa. Para sacarme el pantalón me paré en el sofá, encima de él, y adrede me di la vuelta para mostrarle el culo. Cuando estuve desnudo él tiró de mi, pero me resistí, me arrodillé a sus pies y jalé de su jean. Se dejó desnudar. A medida que el pantalón iba revelando sus piernas gruesas y nudosas, recorría con mi lengua largos senderos entre sus vellos rubios. Cuando estuvo desnudo me senté sobre su pecho, mirando hacia sus pies, y me incliné hacia su miembro, me lo metí en la boca. Sentí entonces, mientras disfrutaba del calor y sabor de su pinga, de sus latidos en mis labios húmedos, que él hacia lo que yo deseaba, sin una palabra, tocarme con destreza el culo, tantear la entrada con los dedos mojados en saliva, mientras jadeaba de excitación. Me concentré en mis sensaciones durante varios minutos, hasta que él mismo me pidió detenerme, para no venirse todavía.

Entonces se paró y caminó hacia el baño. Lo vi alejarse robusto y erecto y sentí deseos ahora si libres de miedo. Volvió con un chisguete de lubricante y preservativos. Se sentó a lado mío, yo estaba echado boca arriba. Le puse el condón mientras él me frotaba entre las nalgas con los dedos untados en crema. Venciendo un último reparo lo besé en la boca, lamiendo con avidez la suya, sus labios, la áspera piel alrededor. El me tomó de la cintura, me hizo dar vuelta hasta quedar boca abajo. Creo que yo ya babeaba de deseo mientras tanteaba con las manos en busca de su glande. Cuando lo agarré lo ayudé a ponerse en posición. La penetración fue suave y lubricada, y la sensación de tenerlo adentro, frotando su pene contra órganos interiores que enviaban a mi cerebro sensaciones placenteras, excedió con creces mis expectativas más fantasiosas. Mientras entraba y salía sus manos buscaban mis tetillas como si fuese yo una hembra, buscaban mi boca y, después de algunos minutos, se dignaron tocar mi propio miembro erecto. Nos vinimos juntos. El se dio la vuelta manteniendo mi cuerpo adherido al suyo con uno de sus brazos poderosos. Quedé echado sobre él, lánguido, colmado. Al rato bebíamos las cervezas, escuchábamos música y fumábamos desnudos, entrelazados como dos serpientes lascivas, esperando y provocando una próxima excitación.