miércoles, noviembre 01, 2006

Nox Angelis

Una ligera brisa de aire frío me hace estremecer, mientras ajusto el cuello de mi casaca. Otra noche en la ciudad, en medio del ruido y la gente. Prendería un cigarrillo para calentarme pero hace unos minutos me fumé el último, en el último bar que entré. Horas prohibidas que le dicen, no importa. Igual sigo buscándote. Sé que te encontraré. Tal vez en la próxima discoteca, quien sabe…

Ahh, que detestables que son los sábados, sin nada que hacer, especialmente en la noche. Mis amigos no están, hace meses que estoy solo y no tengo nada que hacer. Y ni hablar de la televisión y no tengo ganas de ver una película ni nada. Meh, creo que saldré.

Una ducha rápida, ropa limpia, un viaje en carro y elegir una buena discoteca. Un trago para empezar la noche, y empieza la danza, esa danza de las miradas y acometidas, de las sonrisas y los rechazos, amables o desagradables. Pero la noche avanza y no pasa nada y llenarme el estomago de Pisco Sour y hacerme el tonto nunca ha sido una opción, así que es hora de irse a casa.

- ¿Solo?

Volteo a ver quien me habla. Dios mío, que mujer. Alta, de cabello negro azabache, largo hasta la cintura. Con una figura que parecía esculpida en fino mármol. Vestida con un polo de mangas largas azul, que terminaba justamente por encima de su abdomen y con unos jeans negros a la cadera, tan ajustados que parecían pintados sobre su piel. Y su mirada, dios. Unos ojos azules, con un brillo de malicia que hacía que me perdiera en ellos por un momento. Sus manos, con unas uñas muy bien cuidadas, descansaban sobre su cadera, inclinada hacia mi de manera muy sugerente. Y con una inclinación de su cabeza pregunto de nuevo: ¿Solo?

- Así es.
- ¿Bailas?

Así que así era. Una mujer de pocas palabras. Le dirigí una sonrisa y sin más la seguí a la pista de baile. Canción tras canción estuvimos ahí, dando vueltas por toda la pista. Y ella bailaba con una soltura y una sensualidad que era imposible no detenerse a observarla. Lo sé porque todos los muchachos desviaban su mirada para observarla mejor, con el correspondiente ceño fruncido de sus parejas. Y no dejaban de seguirla con la mirada cuando nos sentamos en una mesa, a seguir ordenando bebidas y a conversar.

Sí, es una mujer de pocas palabras y mucha belleza. Su nombre es Bea, por Beatrix. Un nombre escocés según me dijo. Su risa es contagiosa y la manera en que se desenvuelve es increíble. Sin darme cuenta estoy hablando con ella como si nos conociéramos de tiempo atrás. Y tampoco me he dado cuenta que su mano no suelta la mía. Jeh, es casi como si no quisiera que me escape.

Más baile, más tragos, más conversación a medida que pasan los minutos. Estoy cansado y exhausto, pero extrañamente feliz y alegre. Y Bea parece más llena de energía a cada momento.

- Hola

Que voz. Angelical y extrañamente llena de pasión. Y desconcertante a la vez, porque pertenecía a una muchacha que era el vivo retrato de Bea, pero más joven. La única diferencia notable era su cabello, castaño a diferencia de Bea.

- Hola Ùna. - La voz de Bea estaba llena de alegría
- Veo que ya encontraste a alguien
- Así es
- Y bueno, ¿Qué esperamos?
- Uh huh, no. Está noche no comparto.
- Aww.
- Lo siento, es todo mío.
- Eres mala.
- Lo sé - Y la risa con la que terminó su dialogo con su hermana me inquieta de alguna manera.

- Vamos - dijo, tirando de mi mano.
- ¿A dónde?
- A tu casa por supuesto. ¿o prefieres un hotel?

Ya en el taxi, camino a mi casa, y luego que mis neuronas decidieran volver a funcionar, pude al fin articular una pregunta.

- ¿A… a qué se refería tu hermana con compartir?
Su risa fue desconcertante - Si no lo sabes eres un tontito
Mi cara de estúpido le hizo añadir - Mi hermana y yo a veces compartimos nuestras… citas - terminó con otra risa.
- Pero tu hermana es menor de edad.
Otra vez se rie. - Créeme, es mucho mayor que lo que aparenta.

Llegamos a mi casa y no habíamos terminado de entrar y ella ya estaba sacándome la camisa y desabrochándome los pantalones. Nos besamos y su boca estaba fría y su aliento aún más. Pero la piel de su rostro y su cuello quemaba al tacto y los ronroneos que hacía mientras jugaba con su oreja me volvían loco.

Pronto llegamos a mi cama y allí, ella encima de mi, nos besamos, nos abrazamos y yo acariciaba cada centímetro de su pecho desnudo. Su mirada coqueta y hambrienta encendía mi lujuria y pronto sus ronroneos cambiaron a jadeos cuando mi boca exhalaba mi aliento sobre sus pezones y su respiración se entrecortó cuando la tomé como una niño hambriento. Una mano, delicada pero fuerte no soltaba mi brazo, mientras la otra jugaba con mi cabello mientras yo jugaba con su pecho. Sin siquiera esperarlo, me apartó con un leve empujón y empezó a besar mi pecho lentamente, descendiendo hacia a mi abdomen e incluso más al sur. Jugando me tomó entre sus labios y sus ojos azules, profundos, nunca abandonaron los míos. Ahora era yo el que jadeaba y gruñía, por la manera experta en que jugaba conmigo. Pero cruel, que cruel al dejarme así y besarme en sentido inverso, buscando esta vez mi boca, mientras su mano me toma y se sienta sobre mi. Pero dos pueden jugar este juego y antes que pueda lograrlo ahora soy yo quien la tumba sobre la cama. Por un momento se molesta, pero cuando mi rostro se pierde entre sus piernas y mis manos sujetan sus caderas, su rostro cambia de expresión y sus manos me cogen por el cabello pero me deja hacer.

Sus piernas me aprietan, sus caderas se mueven con vida propia mientras su voz me reclama que no me detenga y cuando ya no puede más, me jala hacia ella y me besa con unas ganas que me hace daño en los labios. Sus ojos siguen siendo azules pero ahora hay una llama en ellos que no se extinguirá pronto. Nos movemos y quedo debajo de ella, sus piernas rodean mi cadera, sus manos se apoyan en mi pecho y somos uno al fin.


- Eres un caballero ¿lo sabias?
- ¿Ah si?
- No muchos hombres les gusta hacer lo que me has hecho
- Pues no saben lo que se pierden.
Por toda respuesta se ríe coquetamente

Nuestros movimientos son más frenéticos, sus jadeos son más profundos y no puedo contener mis gruñidos.

- Casi siento pena por lo que voy a hacer. Casi
- ¿Qué?

Pero no obtengo respuesta. Solo me besa. Mientras sus caderas suben y bajan. Pero el aliento se me congela, un frío aterrador atenaza mi corazón y siento como si arrancaran una parte de mi, de mi propio ser. Y cuando siento su lengua en mi boca, probando aquello que me ha robado, mientras lo absorbe con fruición, siento como explota una nube roja de placer en mí y como se mezcla con el frío y la desazón y es un sentimiento extraño, horrible y excitante a la vez que estoy seguro nadie lo ha experimentado.

Y antes que mis ojos se cierren, su sonrisa de satisfacción y sus ojos rojos son lo último que veo.

- Gracias por todo muchacho…

Arrojo la tercera caja de cigarrillos vacía en uno de los basureros del Malecón, mientras arreglo una vez más el cuello de mi casaca. Es otra noche fría e infructuosa. Hace unos meses las cosas parecían tener sentido. Ahora no. Ya nada importa en verdad. Solo quiero tener ese sentimiento en mí. No sé. Mis amigos dicen que no soy el mismo, que parece que algo me faltara. Es verdad, pues me lo robaron. Una risa me saca de mi estado reflexivo.

- Mira quien está aquí Bea.
- ¿Quién Ùna?

Estan sentadas al borde de la baranda, abrazadas. El viento mueve sus cabellos y sus ojos rojos me llaman.

- ¿Qué es lo que quieres muchacho? - me pregunta Ùna
- ¿No es obvio? - responde Bea por mí.
- Sí. Además no es de buena educación dejar las cosas a medias. - es mi respuesta.

Esa risa, esa risa, esa bella risa.

- ¿Estás listo?
- Sí
- ¿Sabes? Me caes bien, tal vez… tal vez…
- Pero entonces no podríamos… - Sé lo que me quiere proponer
- ¿Quién dice que no? Después de todo, no lo hacemos con fines reproductivos - ríe Ùna
- Entonces sí. Sí quiero ser… uno de ustedes.

Su sonrisa y sus ojos es lo único que necesito.